19 mayo 2007

Sierra de la Ventana, fragmentos... (Enviado, desde Quilmes, por Amadeo Serafini)

Atrapar el cielo.

Como si las golondrinas no supieran hacia donde dirigirse, a que viento permitirle una caricia que recuerde tierras prósperas y cálidas. Cada amanecer es un rocío que apaciblemente se retira, piadoso, ante un sol soberano y dominante que, despacio cual murmullo de las hojas, anuncia su voluntad en tanto colma de caricias la cumbre de los cerros. Esos cerros antiguos, redondeados; testigos de luchas y silencios, de hombres y animales batallando por ese mandamiento eterno llamado permanecer.

Aspirar el fresco perfume de la mañana, sentir la hierba húmeda y el suave agitar de las madreselvas; apreciar como la vida misma abre sus ojos y se dispone a caminar nuevamente por senderos ya conocidos.

El misterio de cada maravilla se alimenta de esa rutina apacible, de palabras comunes, de paisajes ya fijos en la memoria del curioso observador. El encanto de alimentar el alma con imágenes que uno ya considera como propias; esas rocas y esos bosques que siempre estarán ahí. Porque cada árbol es uno mismo, porque cada cueva es un refugio y porque en ese ciervo, en esa liebre que atraviesa velozmente la ruta, se esconde esa parte de nosotros que nació salvaje y leal, como el paisaje que nos dio su cobijo durante la niñez.

Crudo y frío invierno, de nevadas suaves y chimeneas voraces. De nogales desnudos, castañas, y bellotas ruidosas y eternamente opacas. Cada casa es fuego; el calor de reunirse bajo una misma llama simplemente a compartir el tiempo. Nada más sabio y valioso. Primavera verde y florida, de abejas danzantes y pájaros carpinteros laboriosos.

Sueño que despierta, benévolo en fragancias de aromo y romero, para liberar a los ondulados cabellos del viento, y dejar que las luciérnagas celebren su inocente y luminosa procesión amparadas en la complicidad que les regala un rabioso aire embelesado. Fácil es hallar un nuevo lugar desde el cual apreciar la claridad del río; siempre ágil, siempre tentador.

Aún se puede atrapar el cielo. Sólo basta con no olvidarnos de la tierra y el viento, de la noble pelea entre el sol y el rocío. Sólo basta con recordar... que siempre seremos golondrinas enamoradas de esos viejos cerros.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, soy la Mamá de Patricio,me encantó lo que escribiste, es tal cual la descripción, así lo siento yo también.
Espero conocerte pronto.
Saludos.
Marta Eleisegui
Mi Email es martaeleisegui@yahoo.com.ar

Unknown dijo...

Planeando un viaje a Sierra de la Ventana me encuentro con un texto inesperado y sorprendente; no por cómo se describe el lugar, que por supuesto motiva, atrapa e invita a vivir la experiencia, sino por la impronta del autor.
Amadeo: Siempre intuí de tu sensibilidad; será por eso que los que te conocemos no dejamos de quererte, a pesar de la distancia y los malos entendidos.

PD: Después de está bifurcación sentimentaloide, quiero agradecer las imagenes de esta página. Prometo volver a escribir a la vuelta (puede que subir alguna foto).
Rodrigo

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